20.3.09

Animales antediluvianos: El brontosaurio

“El mundo ha perdido aquella su primitiva grandeza. En cuanto pasamos de aquellas épocas antediluvianas, los animales acortan sus proporciones, y como compensación, el hombre adquiere un mayor refinamiento”. Esta curiosa frase es parte de un reportaje sobre el Brontosaurio, publicado el 17 de mayo de 1930 en Alrededor del Mundo.

Transcripción (textual):

Las revistas científicas de todo el mundo vuelven a ocuparse de los gigantescos reptiles que en las épocas prehistóricas formaban parte de la fauna terrestre.
Hasta ahora, de estos monstruos antediluvianos no se conocían más que esqueletos relativamente pequeños o huesos sueltos, insuficientes para que pudiese tener idea exacta de lo que eran tales animales. El esqueleto del museo de Nueva York es el más grande que hasta ahora se ha encontrado, y, además, pertenece a un género del que aún no se había presentado ningún ejemplar al público, el género de los brontosaurios.
Juzgando por el esqueleto, una vez armado, el brontosaurio difería de todos los animales hoy existentes. Su cola, larga y gruesa, se parecía a la de un lagarto, o más bien a la de un cocodrilo: el cuello era largo y flexible, como el de ciertas tortugas exóticas, en tanto que el cuerpo, más que al de un reptil, se debía asemejar al de un elefante. Su corpulencia excedía a la de este último animal, puesto que medía cuatro metros y medio de altura y cerca de cinco de longitud para el tronco, que sumados a nueve y medio que medía la cola y seis del cuello, dan un largo total de unos veinte metros. Estas dimensiones aunque colosales, no lo son tanto como se creía en principio, antes de que el esqueleto estuviese montado en la debida posición sobre su pedestal. El peso del animal vivo se calcula que no bajaría de 90.000 kilos, o sea el de veinte elefantes, aproximadamente.
Desgraciadamente, a tan magnífico ejemplar le faltaba la cabeza, y ha sido preciso hacerle una imitada, guiándose por otras naturales que se tenían en otros museos. Es una cabeza muy pequeña con relación al cuerpo, pero, sin embargo, mide más de setenta centímetros de longitud.
Supónese que el brontosaurio era un animal acuático, pero no marino. Como en muchos anfibios, las articulaciones de los huesos son rugosas en vez de ser lisas. Al mismo tiempo, la ligereza de dichos huesos, carácter que nunca se encuentra en los animales exclusivamente nadadores, parece indicar que salía del agua con más o menos frecuencia. Lo más probable, por consiguiente, es que, a semejanza de los cocodrilos, viviese en las grandes lagunas o en los ríos de poca corriente. Gracias a su cuello, sumamente prolongado, podría alcanzar las plantas suculentas que crecían en el fondo. Sus dientes, cortos y en forma de cuchara, le permitían arrancar las hojas y los tallos tiernos, pero no le servían para la masticación. Careciendo de molares, evidentemente tragaba su alimento sin mascarlo.
Una de las posiciones favoritas del brontosaurio cuando salía a tierra, debía ser sentado sobre el cuarto trasero. Con este objeto, entre las patas posteriores presenta el esqueleto dos grandes huesos ahorquillados, destinados, sin duda, a soportar el enorme peso del cuerpo. Los naturalistas admiten que, como la mayor parte de los reptiles, éste ponía huevos: el diámetro de los mismos no debía bajar de sesenta centímetros.
El mundo ha perdido aquella su primitiva grandeza. En cuanto pasamos de aquellas épocas antediluvianas, los animales acortan sus proporciones, y como compensación, el hombre adquiere un mayor refinamiento.

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