Por un instante
Sí, por un instante, un dinosaurio recorrió otra vez el yacimiento de Lo Hueco.
Todas las mañanas, llueva o haga sol, con frío, calor, granizo o nieve, un grupo de aguerridas fuenteñas nos atrevemos a desafiar las predicciones meteorológicas y seguimos fielmente las recomendaciones de la medicina actual: hacer deporte (lo de la vida sana y la ingesta de agua lo dejamos para los otros dos tercios de la población mundial). Y el deporte elegido es el de la caminata ligera: seis kilómetros diarios que, además de favorecer nuestro sistema inmunitario, dan para mucho: para resolver los problemas de la economía nacional, para enviar a determinados políticos al lugar que merecen, para reescribir guiones de telenovelas, etc.
Sin embargo, la mañana del día 16 de enero todas nos quedamos sobrecogidas: una nube caprichosa, grisácea y alargada, extendía su sombra dinosauriana sobre el yacimiento. Porque lo que nuestros ojos atónitos contemplaban era la silueta exacta (o casi) de un dinosaurio volando (quizás Pepito, antes de posarse definitivamente en Las Hoyas).
Prisas por buscar el móvil, por conectar la cámara, por conseguir esa instantánea que no hubiera recibido el Pulitzer pero que hubiera significado mucho para esas ilusas caminantes. Imposible. Igual que el humo, la forma sinuosa que emergió de la nada y se transformó majestuosamente en un dinosaurio alado, desapareció antes de inmortalizar su corta existencia.
Pero todas supimos que aquello no había sido fruto de casualidad, del viento, de la humedad o de cualquier factor racional. Ese dinosaurio apareció ahí porque era su sitio, quizás imaginario.
Sí, duró apenas unos segundos, pero fue bello, fue mágico. Fue nuestro instante.
Sonia Martínez
Dinosaurios de andar por casa
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