“Entre los séres que en otras épocas vivían en el Occéano ó en sus playas y costas, (…) existe un grupo de animales de los que en vano buscaríamos los análogos en la época actual. (…) Supónese que estos monstruos anfibios llenaban en la época jurásica las funciones actualmente encomendadas a los cetáceos, esto es, de reprimir en el Occéano la excesiva multiplicación de peces y moluscos”. Veamos la curiosa descripción de estos reptiles realizada hace más de un siglo, el 16 de noviembre de 1900, en Mar y Tierra.
Transcripción (textual):
Entre los séres que en otras épocas vivían en el Occéano ó en sus playas y costas, en las embocaduras de los grandes ríos que vertían en él sus aguas, existe un grupo de animales de los que en vano buscaríamos los análogos en la época actual. Los saurios aparecieron por vez primera en el terreno carbonífero, al propio tiempo que los crustáceos chupadores ó xifosuros y los grandes escorpiones que empezaron en aquella época la clase de los insectos. En el período de la caliza conchífera, los saurios alcanzaron dimensiones gigantescas. Viéronse aparecer entonces el Palaosaurus, cuya longitud alcanzaba hasta 25 metros; el Thecodontosauros, del que se conoce tan solo una especie, el T. antiguus, Ril y Stutch, que tienen veintiun dientes en la mandíbula inferior; el Nothosaurus ó Dracosaurus, notable por la longitud de su cuello, compuesto de veinte vértebras al menos.
Los más extraordinarios de estos monstruos anfibios que infestaban los mares y las costas, eran sin duda el Ichtyosaurus y el Plesiosaurus, los cuales, á juzgar por los fósiles que se conservan, son los que menos se parecen á los que conocemos, y que los más dijéranse hechos para sorprender al naturalista por sus combinaciones de estructura, las que sin duda alguna, parecerían increíbles á cualquiera, si no estuviera en su mano poder cerciorarse por sí mismo.
En el primer género, un hocico de delfín, unos dientes de cocodrilo, una cabeza y esternón de lagarto, unas patas de cetáceo, pero en número de cuatro; en fin, unas vértebras de pez. En el segundo, con estas mismas patas de cetáceo, una cabeza de lagarto y un largo cuello parecido al cuerpo de una serpiente: he aquí lo que el Plesiosaurus y el Ichthyosaurus han venido á presentarnos después de haber estado enterrados durante tantos millares de años bajo enormes masas de piedras y mármoles, porque, como es sabido, pertenecen á los antiguos pisos secundarios. No se hallan sino entre esos bancos de piedra marmórea ó de mármol parduzco, cubiertos de piritas y ammonites, ó en la oolita, todos terrenos del mismo órden que la cordillera del Jura. En Inglaterra es en donde sobre todo sus restos aparecen más abundantes; así es que, merced al celo de los naturalistas ingleses, se ha adelantado mucho en el conocimiento de estos séres. Nada se ha ahorrado para recoger muchos de sus fragmentos y reconstruir con ellos el conjunto, mientras el estado de ellos lo ha permitido.
Supónese que estos monstruos anfibios llenaban en la época jurásica las funciones actualmente encomendadas a los cetáceos, esto es, de reprimir en el Occéano la excesiva multiplicación de peces y moluscos. Los ictiosáuros estaban particularmente dotados para esta obra de destrucción: sus ojos eran de un grandor extraordinario; su potencia de visión les permitía á la vez descubrir su presa á las más grandes distancias, y perseguirla durante la noche ó en las oscuras profundidades del mar. Se conservan algunos cráneos de ictiosáurios cuyas cavidades orbitarias alcanzan un diámetro de 35 á 36 centímetros. En la especie mayor, las quijadas, armadas de dientes muy agudos, tienen una abertura de cerca de dos metros. La voracidad de estos animales les exponía muy frecuentemente á perder sus dientes; pero estos dientes, como los de los cocodrilos, no tardaban en ser reemplazados. Su aparato digestivo era proporcionado á la dimensión de su boca: el estómago ocupaba la mayor parte del cuerpo y podía recibir las presas que el ictiosáurio tragaba las más de las veces sin mascarlas. Además, la estructura particular de sus órganos respiratorios permitía que el animal pudiera almacenar una gran cantidad de aire y respirar por mucho tiempo debajo del agua. Sus pies palmeados, parecidos á las vigorosas aletas de la ballena, hacían de él un excelente nadador; pero es probable que, arrojado á la costa, podía apenas arrastrarse por la arena ó por las rocas. La voracidad de estos reptiles no respetaba siquiera su propia especie: se han reconocido algunos huesos de individuos jóvenes entre los restos de toda especie de animales, medio digeridos, que se hallaban en el interior del esqueleto de los grandes adultos.
En cuanto á los plesiosáuros, las pequeñas dimensiones de su cabeza y su cuello delgado y prolongado, suponen en ellos unos apetitos análogos á los de nuestras grandes serpientes, y son, de otra parte, como los ictiosáuros, notables por el volumen relativamente enorme de sus ojos. Las proporciones de su tronco y de su cola, eran á poca diferencia las de los cuadrúpedos ordinarios; pero por la estructura de sus costillas, recuerdan á los camaleones. “Es posible, dice M. E. Margollé, que este raro animal, que no podía, á causa de la longitud de su cuello, moverse rápidamente en medio de las olas, nadara en su superficie ó permaneciera cerca de la playa, en las aguas poco profundas, en donde, oculto entre las algas, podía á la vez acechar su presa y sustraerse de la vista de los ictiosáuros, que eran sus más temibles enemigos.”
Pie de figuras (textual):
- Icthyosaurus chiroligostinus. Ow.
- 1. Plesiosaurus dolichodeirus. 2. Esqueleto de Plesiosauro.
- Plesiosaurus macrocephalus
- Mosasaurus (cabeza)
Transcripción (textual):
Entre los séres que en otras épocas vivían en el Occéano ó en sus playas y costas, en las embocaduras de los grandes ríos que vertían en él sus aguas, existe un grupo de animales de los que en vano buscaríamos los análogos en la época actual. Los saurios aparecieron por vez primera en el terreno carbonífero, al propio tiempo que los crustáceos chupadores ó xifosuros y los grandes escorpiones que empezaron en aquella época la clase de los insectos. En el período de la caliza conchífera, los saurios alcanzaron dimensiones gigantescas. Viéronse aparecer entonces el Palaosaurus, cuya longitud alcanzaba hasta 25 metros; el Thecodontosauros, del que se conoce tan solo una especie, el T. antiguus, Ril y Stutch, que tienen veintiun dientes en la mandíbula inferior; el Nothosaurus ó Dracosaurus, notable por la longitud de su cuello, compuesto de veinte vértebras al menos.
Los más extraordinarios de estos monstruos anfibios que infestaban los mares y las costas, eran sin duda el Ichtyosaurus y el Plesiosaurus, los cuales, á juzgar por los fósiles que se conservan, son los que menos se parecen á los que conocemos, y que los más dijéranse hechos para sorprender al naturalista por sus combinaciones de estructura, las que sin duda alguna, parecerían increíbles á cualquiera, si no estuviera en su mano poder cerciorarse por sí mismo.
En el primer género, un hocico de delfín, unos dientes de cocodrilo, una cabeza y esternón de lagarto, unas patas de cetáceo, pero en número de cuatro; en fin, unas vértebras de pez. En el segundo, con estas mismas patas de cetáceo, una cabeza de lagarto y un largo cuello parecido al cuerpo de una serpiente: he aquí lo que el Plesiosaurus y el Ichthyosaurus han venido á presentarnos después de haber estado enterrados durante tantos millares de años bajo enormes masas de piedras y mármoles, porque, como es sabido, pertenecen á los antiguos pisos secundarios. No se hallan sino entre esos bancos de piedra marmórea ó de mármol parduzco, cubiertos de piritas y ammonites, ó en la oolita, todos terrenos del mismo órden que la cordillera del Jura. En Inglaterra es en donde sobre todo sus restos aparecen más abundantes; así es que, merced al celo de los naturalistas ingleses, se ha adelantado mucho en el conocimiento de estos séres. Nada se ha ahorrado para recoger muchos de sus fragmentos y reconstruir con ellos el conjunto, mientras el estado de ellos lo ha permitido.
Supónese que estos monstruos anfibios llenaban en la época jurásica las funciones actualmente encomendadas a los cetáceos, esto es, de reprimir en el Occéano la excesiva multiplicación de peces y moluscos. Los ictiosáuros estaban particularmente dotados para esta obra de destrucción: sus ojos eran de un grandor extraordinario; su potencia de visión les permitía á la vez descubrir su presa á las más grandes distancias, y perseguirla durante la noche ó en las oscuras profundidades del mar. Se conservan algunos cráneos de ictiosáurios cuyas cavidades orbitarias alcanzan un diámetro de 35 á 36 centímetros. En la especie mayor, las quijadas, armadas de dientes muy agudos, tienen una abertura de cerca de dos metros. La voracidad de estos animales les exponía muy frecuentemente á perder sus dientes; pero estos dientes, como los de los cocodrilos, no tardaban en ser reemplazados. Su aparato digestivo era proporcionado á la dimensión de su boca: el estómago ocupaba la mayor parte del cuerpo y podía recibir las presas que el ictiosáurio tragaba las más de las veces sin mascarlas. Además, la estructura particular de sus órganos respiratorios permitía que el animal pudiera almacenar una gran cantidad de aire y respirar por mucho tiempo debajo del agua. Sus pies palmeados, parecidos á las vigorosas aletas de la ballena, hacían de él un excelente nadador; pero es probable que, arrojado á la costa, podía apenas arrastrarse por la arena ó por las rocas. La voracidad de estos reptiles no respetaba siquiera su propia especie: se han reconocido algunos huesos de individuos jóvenes entre los restos de toda especie de animales, medio digeridos, que se hallaban en el interior del esqueleto de los grandes adultos.
En cuanto á los plesiosáuros, las pequeñas dimensiones de su cabeza y su cuello delgado y prolongado, suponen en ellos unos apetitos análogos á los de nuestras grandes serpientes, y son, de otra parte, como los ictiosáuros, notables por el volumen relativamente enorme de sus ojos. Las proporciones de su tronco y de su cola, eran á poca diferencia las de los cuadrúpedos ordinarios; pero por la estructura de sus costillas, recuerdan á los camaleones. “Es posible, dice M. E. Margollé, que este raro animal, que no podía, á causa de la longitud de su cuello, moverse rápidamente en medio de las olas, nadara en su superficie ó permaneciera cerca de la playa, en las aguas poco profundas, en donde, oculto entre las algas, podía á la vez acechar su presa y sustraerse de la vista de los ictiosáuros, que eran sus más temibles enemigos.”
Pie de figuras (textual):
- Icthyosaurus chiroligostinus. Ow.
- 1. Plesiosaurus dolichodeirus. 2. Esqueleto de Plesiosauro.
- Plesiosaurus macrocephalus
- Mosasaurus (cabeza)
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