Merece la pena la lectura y reflexión de esta graciosa noticia publicada en Alrededor del Mundo hace más de un siglo, el 23 de noviembre de 1905. Las ilustraciones no tienen desperdicio. Aunque para el ser humano pudiera resultar exótico y rentable realizar un viaje intercontinental transportado por un pterodáctilo o navegar en una embarcación remolcada por un iguanodonte, no creo que a los antediluvianos les hubiese gustado realizar estos y otros servicios. De haber sido uno de ellos, también habría hecho lo posible por extinguirme para evitar este destino, ¿no estáis de acuerdo?
Transcripción (textual):
Transcripción (textual):
Con motivo de la publicación de una obra sobre los animales extinguidos, por el eminente naturalista Ray Lankester (*) el mundo científico ha vuelto a ocuparse en detalle de los monstruos antediluvianos, y de nuevo se ha pensado en lo diferente que sería la vida animal de nuestros bosques y de nuestros campos si aquellas gigantescas especies viviesen aún. Pero hay todavía una cuestión más interesante. Si los mamíferos, los reptiles y las aves de las edades prehistóricas hubieran sobrevivido hasta nuestros días, ¿qué influencia podrían haber tenido en la civilización moderna?
Hoy que el hombre ha llegado a á domesticar todos los animales que pueden prestarle en vida algún servicio; hoy que la domesticación de la hasta ahora indómita cebra es un hecho, y que hasta se habla de granjas de caimanes y parques de ballenas, indudablemente habríamos aprovechado la fuerza incomparable de aquellos colosos antediluvianos.
Supongamos por un momento que hubiese en la actualidad mastodontes. Un mastodonte era bastante parecido a un elefante, pero casi de doble corpulencia y con fuerzas igualmente duplicadas; por consiguiente, sería de gran utilidad como animal de carga ó de tiro. Se calcula que podría prestar los mismos servicios que un tiro de treinta caballos, que ya es algo. Para el arrastre de grandes camiones y el acarreo de materiales de construcción, sería difícil encontrar otro animal más a propósito, y tal vez se le pudiera utilizar también para la guerra, en cuyo caso fácilmente transportaría sobre su lomo una pieza de grueso calibre con todos sus artilleros.
Hoy que el hombre ha llegado a á domesticar todos los animales que pueden prestarle en vida algún servicio; hoy que la domesticación de la hasta ahora indómita cebra es un hecho, y que hasta se habla de granjas de caimanes y parques de ballenas, indudablemente habríamos aprovechado la fuerza incomparable de aquellos colosos antediluvianos.
Supongamos por un momento que hubiese en la actualidad mastodontes. Un mastodonte era bastante parecido a un elefante, pero casi de doble corpulencia y con fuerzas igualmente duplicadas; por consiguiente, sería de gran utilidad como animal de carga ó de tiro. Se calcula que podría prestar los mismos servicios que un tiro de treinta caballos, que ya es algo. Para el arrastre de grandes camiones y el acarreo de materiales de construcción, sería difícil encontrar otro animal más a propósito, y tal vez se le pudiera utilizar también para la guerra, en cuyo caso fácilmente transportaría sobre su lomo una pieza de grueso calibre con todos sus artilleros.
No menos útil que el mastodonte, aunque en otro sentido, podría ser el iguanodonte, especie de lagarto que generalmente se tenía derecho sobre las patas traseras, como un canguro gigantesco, y que en esa posición llegaba con la cabeza a la altura de un segundo piso. Era animal anfibio, como la tortuga, y con la facilidad con que debía moverse en el agua, unida a su gran fuerza, lo harían inapreciable para remolcar embarcaciones, especialmente barcos de recreo. La navegación fluvial y el remolque de las barcas en los puertos resultarían con este animalillo mucho más fácil que ahora, pudiendo suprimirse por completo los vaporcitos remolcadores y las lanchas de vapor.
El sistema saldría muy económico, pues aunque la manutención del iguanodonte no sería grano de anís, nunca igualaría á los gastos de carbón, salario de los obreros, etc.
Para las compañías de telégrafos, y de teléfonos debe de ser muy sensible que hayan desparecido aquellas gigantescas especies de reptiles que, como el diplodoco, estaban provistos de un cuello desmesuradamente largo y además tenían la costumbre de sentarse sobre el cuarto trasero y de levantarse en dos pies. Si hoy existiera el diplodoco, una vez domesticado sería un auxiliar precioso para la reparación de una línea telegráfica. No habría más que colgarse del cuello una plataforma, y desde ella los operarios podrían trabajar con toda comodidad. También servirían los diplodocos como carros de mudanzas, poniéndoles una especie de aguaderas de gran tamaño. Uno de estos monstruos podría cargar muy bien con todo el mobiliario de una casa, y acaso se le pudiera enseñar á sacar los muebles con la boca por los balcones, cosa que sería fácil dada la longitud de su pescuezo.
Muy parecido al diplodoco era el brontosaurio, otro reptil del cual ya en otra ocasión hablamos, y que, como entonces dijimos, medía nada menos que veinte metros de longitud y pesaba tanto como veinte elefantes. Si su fuerza era proporcional á su peso, en nuestros días hubiera sido muy útil para el tiro pesado. Podría habérsele empleado, por ejemplo, para arrastrar quince o veinte coches de tranvía. En las calles habría interrumpido el tránsito, pero fuera de la población, en líneas como las de Carabanchel y de la Guindalera, su utilidad sería inmensa.
Todos estos reptiles serían fáciles de domesticar, pues parece que no eran de carácter feroz, y sólo se alimentaban de hojas y tallos tiernos. En cambio, otro género de gigantes, los dinosaurios carnívoros, no podrían ser reducidos á la domesticidad. A lo sumo, una especie pequeña, que se alimentaba de aves que cogía al vuelo dando prodigiosos saltos, habría servido para la caza, siendo perfectamente posible emplearlo en la de pájaros, como en otro tiempo se empleaba el halcón en la de garzas. Ninguno de estos monstruos, sin embargo, habría sido tan útil al hombre como esos reptiles alados que los naturalistas llaman pterodáctilos, y que surcaban la atmósfera de nuestro planeta durante el periodo secundario.
Con frecuenta se habla de niños arrebatados por águilas. Un pterodáctilo de la mayor especie, cuyas alas abarcaban un espacio de más de seis metros, habría podido atravesar el atlántico de un vuelo, llevándose por los aires no a un niño sino a una familia entera. Transportado a nuestros días y domesticado, la navegación aérea habría dejado de ser un problema, y los inventores de globos y aparatos voladores podrían emplear de otro modo sus esfuerzos intelectuales.
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Pies de fotos (textual):
El brontosaurio sería el animal de tiro más fuerte del mundo
El pequeño dinosaurio, que serviría de perro de caza
El iguanodonte prestaría grandes servicios remolcando barcos de recreo
Merced al pterodáctilo, quedaría resuelta la navegación aérea
El diplodoco empleado para reparar líneas telegráficas
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(*) Se refiere a la obra Extinct Animals, publicada en 1905, de Sir Edwin Ray Lankester, catedrático de Zoología en el University College de Londres entre 1874 y 1890, catedrático de anatomía comparada en la Universidad de Oxford entre 1891 y 1898 y director del Museo de Historia Natural entre 1898 y 1907.
4 comentarios:
¿Sería este artículo la obra que inspiró "Los Picapiedra"?
No se. Para probar la hipótesis quizás tendríamos que intentar encontrar semejanzas entre Bedrock y Carabanchel
Buenísimo. Yo quiero un pterodáctilo de esos viejunos para ahorrarme gasolina y billetes de tren!
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