13.12.08

Huevos de dinosaurio conservados durante diez millones de años

De la misma manera que los grandes descubrimientos de dinosaurios fueron noticia en la prensa española, el hallazgo de sus huevos en zonas remotas también generó titulares. Las expediciones de la década de 1920 a Mongolia, región misteriosa y apasionante, de belleza sin igual, permitieron confirmar a los paleontólogos que “siempre la realidad supera la fantasía”. Anécdotas de estos viajes pueden leerse en la siguiente noticia, publicada en Alrededor del Mundo, el 13 de febrero de 1926.

Transcripción (textual):

Shabarakh Ussu es el nombre aplicado a un paraje de Mongolia, en el que la naturaleza ofrece gran atractivo para el paleontólogo. Allí, en una vasta extensión, emergen montículos cuyas curvas y siluetas semejan castillos feudales y otras edificaciones de extraña forma, así como también imitan las de animales gigantescos, tanto, que uno de esos montículos es conocido por la denominación del dinosaurio, porque, efectivamente, recuerda su configuración la de uno de esos reptiles de la era mesozoica. Y también hay allí, excavadas en la roca viva, profundas cavernas y extensas galerías.
Todo aquel conjunto, como si fuera una ciudad encantada, varía de aspecto en las distintas horas del día. Así, a plena luz, no resaltan aquellas extrañas formas, y cuando el Sol inicia su descenso, aparecen teñidas de rojo, entonación que les imprime una extraña belleza.
Una misión paleontológica descubrió, allí, en 1923, varios esqueletos de dinosaurios, y hace pocos meses marcharon de nuevo a Mongolia algunos de aquellos expedicionarios para reanudar sus científicas investigaciones. Esta vez no utilizaron camellos, como en el anterior viaje, sino automóviles.
Los arqueólogos exploraron un bosque de tamariscos -los achaparrados árboles del desierto- espesura por la que no se habían aventurado sus pasos durante su anterior estancia en Shabarakh Ussu, y descubrieron en aquel tamayal huellas de los llamados “moradores de la duna”, una raza que vivió en la remota Edad de Piedra, hace próximamente veinte mil años.
En la etapa precedente, uno de los descubrimientos de mayor interés que realizaron fue el de gran número de huevos de dinosaurio, la colección de los cuales fue enriquecida en ese segundo viaje, ya que encontraron muchos más huevos del reptil antediluviano, aislados algunos, otros agrupados en nidos, algunos enteros, rotos los más, grandes y pequeños, tales con la cáscara suave y del espesor de un papel, cuáles con la cáscara gruesa y estriada. En poco más de dos años, la acción combinada de la lluvia, el viento y el hielo había socavado las rocas y en el suelo de una gran extensión, y así se hallaba casi en la superficie lo que permaneció sepultado a no escasa profundidad por espacio de muchos siglos.


El azar, la suerte, la coincidencia, o como quiera llamársele, depara con frecuencia los más importantes descubrimientos, y ese indeterminado factor fue el que principalmente contribuyó al hallazgo del esqueleto de “Beluchitherium” por uno de aquellos paleontólogos, quien refiere que al dar cuenta de ello a sus colegas tuvo que soportar las bromas de todos ellos, “porque la gente –comentaba él- no acaba de darse cuenta de que siempre la realidad supera la fantasía”.
Refiere ese investigador que uno de los conductores de automóviles se entretenía en buscar nidos de águilas en los más elevados peñascos de Shabarakh Ussu, a los que se encaramaba con mil apuros, que constituían para el arriesgado mozo el mayor aliciente en aquel recreo al que se entregaba cierto día cuando, al apoyar la mano en un saliente de la roca por la que trepaba advirtió que tocaba un afilado borde, que era el cascarón roto de un huevo de dinosaurio.
Otros catorce, intactos, se hallaban adheridos a la roca, de la que, con toda clase de precauciones para evitar la rotura, fueron separados los huevos.
Cinco más descubrió al día siguiente otro mecánico, estimulado por la buena suerte de su compañero, y mientras tanto, los paleontólogos prosiguieron las investigaciones en las inmediaciones del lugar en que parecieron los primeros huevos de dinosaurio en el año 1923, y, efectivamente, hallaron otros cuatro huevos.
Su forma es casi perfectamente elíptica, y el eje mayor, de unos 20 centímetros, y en cuanto al espesor del cascarón, es de unos tres a cuatro milímetros, aunque, como antes se ha dicho, hay cascarones cuyo espesor no excede al de un papel. Estos últimos huevos son también de menor tamaño que los mencionados más arriba, y de seguro pertenecen éstos y aquellos a especies distintas de dinosaurio.
Los cascarones estriados son los más abundantes, y corresponden, sin duda, a los huevos de dinosaurio primitivo, al antecesor del dinosaurio gigantesco de América, y medía unos dos metros y medio. Los huevos de menores dimensiones y de cascarón suave eran seguramente de otras variedades más pequeñas de dinosaurio, algunos de cuyos huesos fueron encontrados al efectuarse las excavaciones en 1923.
Es sorprendente la abundancia de esos huevos en aquel lugar, donde, en 1923, fueron hallados hasta treinta, y en esa última expedición aparecieron cuarenta más, de todos los cuales se encontraron intactos más de veinte. No cabe duda de que aquellas escarpadas rocas fueron a modo de gran incubadora de dinosaurios hace la friolera de diez millones de años, y durante cientos de miles hicieron allí sus nidos esos reptiles antediluvianos, que elegirían aquel paraje quizá por la abundancia de agua o por la calidad de la arena, en la que, enterrados los huevos a escasa profundidad, eran incubados por el calor solar.
La sequedad de aquel terreno y la suavidad de la arena explican el hecho de que esos huevos se hayan podido conservar hasta nuestros días y por espacio de tantos miles de años. Y la circunstancia de que los huevos descubiertos ahora no fueran incubados, también tiene la explicación de que amontonada por los huracanes sobre los nidos demasiada tierra, no pudieran los rayos solares calentar la espesa capa lo suficiente para la formación del reptil. Y el peso de esa mima arena acumulada ocasionó la rotura de muchos de los cascarones y la consiguiente efusión del líquido que contenían, y que era reemplazado por la arena, con lo que se formaba la compacta masa conservada a través de los siglos.
Lo que no se ha encontrado todavía son los huevos correspondientes a la especie “diplodocus” o “brontosaurio”, reptil, como es sabido, de tan enorme talla que, de existir hoy, podría, estando en la calle, apoyar la cabeza en la baranda del balcón de un piso segundo.
En cuanto a los dinosaurios a que hacen referencia estas líneas, ya han sido objeto de atención en algún número precedente.
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Pies de figuras (textual):

-La caravana automovilista de paleontólogos. En el segundo automóvil se destaca el perro policía que vigilaba durante la noche el campamento de los expedicionarios, y en el cuarto viaja un pollo de buitre apresado en el nido por unos de los viajeros.
-Huevos de dinosaurio.
-La caravana de camellos organizada por los mismos paleontólogos en 1923, fecha de sus primeros descubrimientos en Mongolia.
-Más huevos de dinosaurio, fuertemente adheridos a la roca.

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