Cuando Bécquer escribió su famosa leyenda “El Monte de las Ánimas”, situó la acción en Soria. Quizás porque había oído la escalofriante historia de boca de los lugareños, en alguna visita a esas tierras maravillosas que, por otro lado, tanto se parecen a las conquenses. Porque quien haya viajado a las dos provincias, estará de acuerdo conmigo en que se asemejan en multitud de aspectos: mesetas duras, frías y ardientes, montes de pinos negrales y rodenos, pueblos desperdigados entre valles cuajados de enebros y sabinas y habitados por personas sencillas, castellanos puros de la Vieja y la Nueva, pero buena gente en definitiva.
Y huesos, muchos huesos… Aterradores huesos…
En la noche de Todos los Santos cualquiera que lo desee y no tenga aprecio por su vida, podrá dirigir sus pasos a tierras sorianas y, al oír las campanas doblar en la capilla de San Juan del Duero, perderse en el Monte de las Ánimas… Espantosos esqueletos coronados por cráneos amarillentos, pugnando por salir del encierro eterno de sus fosas… Dantescos corceles que, movidos por una mano invisible, ponen en pie sus horribles osamentas y buscan jinete… Caballeros templarios e hidalgos castellanos enfrentados en cruenta batalla. Brutal y atroz castigo que se reproduce cada año en esa sombría fecha. Huesos contra huesos.
Aquí, en Cuenca, todavía no tenemos leyenda propia. Pero si alguien lo desea, también puede dirigir sus temblorosos pasos hacia nuestro terruño. Y cuando escuche el lúgubre tañido de las campanas de la iglesia de Fuentes anunciando la medianoche, perderse por los campos de Lo Hueco. Si la imaginación del temerario visitante se lo permite, quizás pueda contemplar con estupor como, uno tras otro, surgen de las profundidades de la tierra atroces saurópodos titanosaurios, pavorosos pitonomorfos, tétricas tortugas pleurodiras y horripilantes pelvis de ave del tipo Rhabdodon. Huesos sobre huesos. A miles.
Y, para que sirva de aviso a todos, desde estas líneas afirmo que lo más espeluznante no será ver cómo estas criaturas reviven sus macabras danzas de la muerte en la noche de Todos los Santos, sino comprobar que, a pesar de su evidente y demostrable existencia e interés, a ningún de nuestros funestos y lamentables políticos les importan un carajo los difuntos huesos de esos pobres dinosaurios.
Quizás convendría que todos (los políticos) se perdieran en el Monte de las Ánimas en tal fecha…Y se convirtieran en leyenda (caduca).
Dinosaurios de andar por casa
Sonia Martínez Bueno
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