Mi hermano y yo tenemos suerte. Nuestro abuelo es especial. Es tan especial que fuma en pipa. En el pueblo es el único que lo hace. Y tiene un dinosaurio escondido en su carpintería.
Hoy, en el cole, la seño nos ha explicado que los dinosaurios desaparecieron de la tierra hace millones y millones de años y que los hombres nunca vivieron entre ellos. ¡Pobre seño! La verdad es que sabe un montón de cosas, pero de dinosaurios no tiene ni idea. No, ni idea. ¡Que pena!
Nosotros, al principio, tampoco lo podíamos creer. Todo comenzó una noche. Papá nos acababa de contar un cuento sobre Dinosaurio Belisario. Cuando apagó la luz, Peque y yo nos pusimos a hablar. Peque es mi hermano. Siempre hacemos lo mismo: hablar con la luz apagada y jugar hasta que mamá
llega enfadada y nos dice que al día siguiente tendremos mucho sueño y no nos querremos levantar y nos dormiremos en el cole... Mamá es buena, pero repite las mismas cosas todos-Ios días, ¿por qué lo hará?
Aquella noche, cuando ya estábamos casi dormidos, sucedió: la puerta de nuestra habitación se abrió lentamente, muy despacito... Peque y yo íbamos a gritar del susto pero no nos dio tiempo: ¡allí estaba! Primero vimos su cabeza grande y fea y luego todo el cuerpo y sus patas-garras. No era tan gigantesco
como los que salen en las pelis americanas, pero mi papá dice que los de Estados Unidos lo exageran todo. ¡No sé! A lo mejor lo hacen porque son muy pequeñitos y les gustan las cosas enormes.
Ilustración de Nerea Martínez Atienza
Teníamos miedo, aunque Peque y yo somos muy valientes. Además, como estábamos dentro de nuestras camas-fortalezas sabíamos que no nos iba a poder comer. Dio un paso... y luego otro... y otro más. ¡Estaba en el centro de la habitación! Y no, no tenía pinta de ser muy fiero. Entonces nos preguntó si le podíamos leer un cuento. Peque y yo nos miramos sin saber qué hacer. Cogí mi linterna, una que tengo guardada en un cajón y que es especial para leer cuentos por la noche. No queríamos dar la luz de la habitación o mamá vendría a explicarnos otra vez lo mismo. Sin hacer preguntas, le leí el cuento. Creo que le gustó, porque nos dio las gracias y se marchó despacito, sin hacer ruido. Por lo menos era educado.
Cuando estuvimos seguros de que ya no nos oía, Peque y yo nos pusimos a dar saltos de alegría, pero saltos pequeños y sin armar alboroto. Ya sabéis, por mi madre. No podíamos creer lo que habíamos visto ¡pero era cierto! ¡No era un sueño! ¡Era un dinosaurio!
A la mañana siguiente, cuando bajamos a desayunar, se lo contamos a nuestros padres y a nuestros abuelos. Me parece que no nos hicieron mucho caso, pero no es de extrañar, porque a veces, sólo a veces, nos inventamos historias. Como era sábado, no teníamos cale y el abuelo nos pidió que le ayudáramos en su carpintería. Allí abajo tiene un montón de trastos. Pero aquella mañana no nos dejó tocar ninguno: sólo nos enseñó un agujero en la pared. Cuando le preguntamos qué era y para qué servía, nos miró fijamente y nos explicó que aquella era la guarida del dinosaurio. Él sí nos había creído porque también lo había visto. Le daba de comer y lo cuidaba. En realidad, vivía allí, en su carpintería. Pero durante el día permanecía escondido, para no causar problemas. Nosotros sabíamos que era para que los científicos no lo estudiaran en sus laboratorios.
A partir de ese momento, Dinosaurio nos visitaba casi todas las noches. Sólo dejó de venir cuando los abuelos estaban de vacaciones. A lo mejor se iba con ellos. Siempre nos pedía que le leyéramos un cuento: una noche yo y otra mi hermano. Peque leyó tanto que aprendió a hacerlo muy bien. Seguro que cuando sea mayor es escritor.
Dinosaurio nos gusta. No hace preguntas extrañas ni nos dice que somos pequeños. Es feliz escuchando nuestros cuentos. ¿Seguirá con nosotros cuando seamos mayores y los abuelitos ya no estén?
SONIA MARTÍNEZ BUENO
Cuento extraído del libro "Tierra de Dinosaurios" editado en 2009 por la Diputación Provincial de Cuenca y del que ya se habló por aquí.
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