Esta noche estoy preparado. Mi padre me ha traído a la cama, me ha arropado como todos los días y al calor de las mantas estoy empezando a quedarme dormido. Pero no debo hacerlo todavía, tengo cosas que hacer... y hoy no puede volver a pillarme desprevenido. Llevo mucho tiempo planeandolo.
Me pongo mi gorra y el pijama de camuflaje (creo que fue una buena idea pegarle estas hojas secas que recogí en el patio, aunque piquen un poco). Tengo también la lanza que hice con el palo de la escoba, el cordón de las zapatillas de gimnasia y mi perro de peluche (hace ya tiempo que perdió un ojo, pero aún es capaz de seguir un rastro). Llevaré mi mantita, necesito algo que echárle sobre la cabeza para evitar ver el brillo frio de sus ojos. Su aliento fétido es insoportable, pero si soy rápido, no habrá problemas.
Si consiguiese atraparlo... me encantaría ver la cara de Berta. -Esos bichos no existen ¡y mucho menos con lunares morados!-, les decía ayer a todos en la escuela ¡Qué sabrá ella!. Si estuviese aquí estaría muerta de miedo, lloriqueando como siempre que se asusta.
No estoy muy seguro de que vamos a hacer con el, pero no importa. Científicos de todo el mundo vendrán a verle y espero que ellos tengan alguna idea. Supongo que necesitará muchísima comida..., y no creo que sirva la del gato. ¿Habrá que sacarlo a pasear todos los días como al perro de la vecina?
Tendremos también que pensar en un sitio donde instalarlo, es demasiado grande y a mamá no le gusta que le revuelvan la casa. A lo mejor podemos prepararle un sitio en el pueblo. Seguro que a la alcaldesa le encanta la idea... y supongo que los vecinos estarán orgullosos de tener un animal tan extraordinario viviendo en el parque.
Ilustración de Adrián del Pozo López
Llegó el momento. Estoy preparado. Me muevo sin hacer ruido. He ensayado esto cientos de veces. Poco a poco alcanzo la puerta del armario. Giro la manecilla con cuidado, lentamente.
-¡Dios mío!, es enorme-. Está de espaldas, muy cerca de la cesta de calcetines. Veo su cola amenazante moviéndose detrás de las mangas del abrigo. La cabeza debe estar por encima de la pila de jerseys.
Un animal así no puede seguir suelto. Tengo que atraparlo antes de que se dé cuenta de que estoy aquí, se gire y consiga desarmarme con su feroz mirada.
Me acerco sigiloso, levanto la manta y se la echo por encima. ¡Cuidado!, se revuelve. No puedo dejar que me alcance con sus garras, que me golpee con su enorme cola y mucho menos que me dé un mordisco con esos dientes enormes.
-¡Ya te tengo!, ¡te pillé! -.
La lucha ha terminado. Está debajo de la manta, creo que ya no se mueve... y puedo abrazarlo.
-¡Buena pelea!, ¿eh, amigo? Esperaba más resistencia por tu parte, pero creo que te estás haciendo viejo-.
Mamá grita desde la cocina: -¡Quieres dejar de hacer ruido y dormirte ya!, mañana tienes que levantarte temprano y todos los días tenemos la misma historia-.
Lentamente lo acomodo entre mis brazos. -Lo hemos pasado bien, ¿eh? Me encanta jugar a los cazadores de dragones contigo, pero es cierto... ya es tarde.
Buenas noches, dinosaurio.
FRANCISCO ORTEGA
Cuento extraído del libro "Tierra de Dinosaurios" editado en 2009 por la Diputación Provincial de Cuenca y del que ya se habló por aquí.
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