Un monstruo capaz de lanzar su terrorífica cabeza contra sus víctimas, como si de un arpón se tratara, pudiendo también enlazarlas con su largo y vigoroso cuello para ahogarlas y con la facultad de poder cambiar de color, pasando de esta manera desapercibido o asustando a sus desgraciadas presas, no es ciencia ficción sino la visión que se tenía del plesiosaurio a mediados del siglo XIX, como vemos en este artículo de “Museo de las familias” del 25 de octubre de 1851.
Transcripción (Textual):
Transcripción (Textual):
El animal, de cuya figura presentamos un ejemplo en el adjunto grabado, es el plesiosaurio de cuello largo, y uno de los mas pequeños de su raza, y el que no tiene menos de veinte y cinco á treinta pies de longitud. Tiene semejanza con los cetáceos por lo que respecta á sus patas, que son parecidas á las del delfin, y con las serpientes respecto á su cuello largo compuesto de treinta y cinco vértebras, de lo cual no se conoce ejemplo entre los animales de su especie.
Este animal habita en el mar y nada con tanta destreza como gracia. Rara vez sale del seno de las aguas para arrastrarse pesadamente por la arena, pero su respiración aérea le obliga á no alejarse de las riberas, y merced á su prodigioso cuello, puede salir del agua buscar los moluscos y demas animales de que se alimenta, hasta entre el ramage de los árboles acuáticos, cuyas hojas besan la superficie del agua.
Puede imaginarse sumergiendo su cabeza á una larga profundidad en las ondas, apoderarse de los peces á su tránsito, ó recoger los mariscos y los crustáceos que se situan sobre las playas.
Su cuerpo está cubierto de una coraza escamosa, y lo que hay en el particular de mas estraño es, que semejante al camaleon y á los anolis, puede á su voluntad cambiar de color, según las pasiones de que se vé dominado; por lo menos esta es la opinión que tiene el célebre Cuvier acerca de estos animales.
La estraña estructura de este mónstruo debe hacerse temible para sus enemigos; con su largo cuello los enlaza como un cable, y luego que por este medio los ha privado de la facultad de moverse, y por consecuencia de defenderse; puede á su antojo despedazarlos con sus dientes ó tenerlos sumergidos hasta lograr ahogarlos.
Sin duda los terodactilos, de los cuales hablaremos en ocasión oportuna, no pueden librarse de este terrible contrario á pesar de su ligereza, pues cuando pasan á su alcance, les lanza su horrible cabeza como una especie de arpon unido á la punta de una cuerda.
Si se juzga de la rapidez de esta accion por la que emplea la víbora, el mas lento de todos los reptiles para ejecutar este movimiento, por medio del cual se apodera de su presa, se puede comprara esta rapidez á la de una flecha que sale del arco y que ha sido lanzada por un brazo vigoroso.
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