En la literatura, en el cine, en la publicidad…, convenciéndonos de la excelencia de una galleta, del terrorífico poder de sus mandíbulas o del gran corazón que albergan algunas especies. Dinosaurios por todas partes; bueno, por todas partes no. Allí donde más hay es quizás el lugar donde menos se ven: Castilla-La Mancha. Y, sin embargo, una visita turística puede sacarnos del error en el que vivíamos y devolvernos la esperanza ya perdida.
Sí, porque el sábado asistí (y tengo pruebas y testigos) a un hecho único: contemplé la reproducción a escala (1: no sé cuanto) de un maravilloso “lagarto terrible” en el corazón de la capital castellana. Toledo, crisol de culturas, cruce de caminos, cuna de civilizaciones. Toledo, la ciudad de estrechas callejuelas plagadas de iglesias, sinagogas, mezquitas, conventos y… ¡bares!
Fue en uno de ellos donde se hizo el milagro: allí, entre botellas de vodka y martini, con ese porte elegante y atractivo, estaba él, erguido, orgulloso de mostrarse al mundo tal cual era. Cerca de la barra, contemplaba a todo el que atravesaba la puerta del establecimiento dedicándole una mirada fría y seductora. Muchos incluso tuvimos la sensación de haber oído cómo se presentaba: “Me llamo Podo, Sauro-Podo”.
No aparece en las guías de turismo ni en la lista de yacimientos paleontológicos visitables, pero su presencia sirvió para que algunos, durante unos minutos, recuperáramos la ilusión y la confianza en el futuro de nuestra Comunidad y sus dinosaurios. Por supuesto, yo brindé por él.
Dinosaurios de andar por casa
Sonia Martínez Bueno
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