Viena, esa ciudad sofisticada de fastuosos palacios, valses, Mozart, el Danubio Azul, museos variados y la tarta Sacher. Al cuarto día de estancia ya tenía tal empacho cultural que decidí visitar el Prater para desintoxicarme, con la excusa de que es el parque de atracciones más antiguo del mundo, y para hacer la foto de su famosa noria gigante.
Y me topé con dinosaurios.
No tiene pérdida: la salida del metro de Praterstern da a la entrada, y a la derecha se ve la bola del mundo giratoria, de unos dos metros y pico de diámetro, del Planetario. En un país donde no se ven pintadas, me sorprendió ver que la bola tenía un graffiti alusivo a la causa de la extinción de los dinosaurios, incluso aparecía uno de ellos muy enfadado, quizá protestando por la desaparición de sus congéneres de esa manera tan tonta (a manos de un vulgar pedrusco errante, qué humillación). A esos pobres bichos extintos sólo les queda el recurso del pataleo. En eso les entiendo muy bien…
Al Prater se entra con música de Mozart, cuyo volumen va paulatinamente diminuendo a medida que avanzas hacia las atracciones, mientras que va in crescendo la presencia de dinosaurios. El parque es pequeño y tiene lo imprescindible, es decir, unos cuantos artilugios de diversos tipos diseñados para simular caídas libres o para volverte tarumba el sistema vestibular, rutas del terror, casetas de tiro al blanco, puestos de comida rápida y, además, dinosaurios, un montón, muchos más de lo que cabría esperar. Hay dinosaurios de montar en la zona de los niños más pequeños, y otros en urnas destinados a dar miedo a los transeúntes con rugidos espeluznantes y movimientos terroríficos. Incluso había una caseta con varios triceratops de carreras, ya listos en sus cajones para empezar a correr; desgraciadamente nadie se animaba a apostar, y no tuve la ocasión de verles en acción. Finalmente, en lo alto de una columna muy peculiar en forma de artística palmera, había otro dinosaurio rugiente; pese a la inmovilidad del bicho, os aseguro que la visión de ese conjunto animal-planta era capaz de poner los pelos de punta a cualquiera…
Resulta inquietante que estos bichos muertos tan populares no sólo se las hayan apañado para protestar por ese triste episodio de su pasado evolutivo, del que tanto parecía dolerse el ejemplar del Planetario, sino que estén consiguiendo recuperar su estatus de seres pavorosos capaces de aterrorizar, como antaño, a todo bicho viviente, en este caso como payasos diabólicos en un parque de atracciones…
No estoy segura de querer desearles buena suerte.
Para "Están entre Nosotros"
María Jesús Martín
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