3.10.12

Lo Hueco.... cinco años después


Tanatorio. Madrid sur. Mayo caluroso y sofocante. Y triste. Esta vez le ha tocado de cerca a una de los nuestros. Quizá era inevitable en ese contexto tan propicio para la memoria y los recuerdos, para sentir las ausencias y las pérdidas, que surgiera la propuesta. Unos minutos antes de todo esto, mientras permanezco de pie, aún aturdido por la noticia del fallecimiento, los veo llegar. No sé por qué esa imagen me recuerda la escena final de Grupo Salvaje. Patxi y compañía llegan (cómo no) de una excavación. Tal vez para otros esta visión (mochilas, botas, caras curtidas, gesto de cansancio y satisfacción a la par) les parecería una anomalía fuera de contexto. Para nosotros, sin embargo, resulta una imagen tranquilizadora. Un punto de normalidad en una situación extraña. Nos abrazamos y logramos sonreír y lo hacemos de forma sincera . Al cabo surge la cuestión. Alguien pregunta si el término preciso es quinquenio o lustro. Y qué más da, cinco años son cinco años. La cifra se queda flotando en el aire como una anomalía que nos negamos a asimilar. Se decide que hay que hacer algo. Escribir algo, al menos, apunta alguien. Por algún motivo soy elegido. No sé por qué. Sé que a Patxi no le gusta cuando cojo las vísceras y el corazón y empiezo transformar los menudillos en palabras tratando (de) que algunas cosas duelan menos al dejar que salgan sin pasar por el filtro del intelecto o la razón. Es posible que por eso me da por pensar que este encargo de escribir lo que fue es una especie de tributo a lo que fui. Acepto, pues, la propuesta. Escribir sobre Lo Hueco. Hablar del quinto aniversario del comienzo de una excavación paleontológica como no ha habido otra en España.

Hace tiempo, hablando con Graciela Sarmiento sobre la alegría que supone para los geólogos la experiencia compartida de un trabajo de campo, compartimos la siguiente reflexión, mágica. Me dice, como si cantara…

Mirá Mauro, si los geólogos somos capaces de emocionarnos con una piedra… cómo no vamos a hacerlo con otro ser humano.

Sé que jamás alcanzaré el grado de sabiduría necesario para llegar a reflexionar de manera tan lúcida. Y creo que esta verdad expresada por Graciela se puso de manifiesto en Lo Hueco. Es cierto que en los trabajos desarrollados en 2007 se hicieron muchísimos hallazgos paleontológicos de relevancia, pero creo que por lo que todos queremos (o tenemos la necesidad de) volver a hablar de Lo Hueco es por habernos descubierto los unos a los otros. Por haber sido, de una manera sencilla, felices. Creo que aún no somos capaces de explicar, de explicarnos cómo es posible que en un contexto de frío o calor extremos, en una trinchera de obra, rodeados de restos que tozudamente nos hablaban de extinción y de muerte surgiera una experiencia tan manifiestamente vital.

Y aquí, en este punto, es donde hay que detenerse un momento. Porque todo esto tuvo un origen en un momento muy preciso. Uno de esos momentos sobre los que los relatos fantásticos se centran cuando hablan de paradojas y divergencias temporales. Un instante con una protagonista a la que tenemos que decirle GRACIAS: Así, con mayúsculas. Porque quizá muchos de ustedes no lo sepan, pero trabajar en la protección del patrimonio en el contexto de una obra civil no es tarea sencilla. El trabajo de mucha gente y también mucho dinero dependen de que esa obra (el AVE, la M-30 por ejemplo) termine a tiempo. Y ahí estamos nosotros, rodeados de excavadoras, bulldozers, soldadores y un largo etcétera pendientes de que parte de nuestra historia, en un sentido amplio, no se pierda de forma irreversible para siempre. Y hay tensiones, no les quepa duda. Y a veces incluso más que eso. Y también les aseguro que a veces acojona. Por eso tiene mucho más valor, lo que Natalia, arqueóloga de profesión (y pasión) hizo aquel (mayo?) de 2007. Debió ser apenas una intuición, un sentido arácnido a lo Spiderman lo que hizo que aquello que vio entre el sedimento le pareciera relevante. Y allí, en Lo Hueco, esta joven señora, rodeada de maquinistas, capataces y demás trabajadores bajo miradas incrédulas, hostiles, divertidas o desconcertadas decidió que el AVE se paraba. Solo encuentro una forma de decirlo: Olé tus ovarios.

Y así empezó todo. Prospección, hallazgo de impresionantes restos y finalmente una excavación contra el reloj. 50 paleontólogos, varias máquinas, 4 camiones y unos 20 ayudantes de campo trabajando codo con codo. La jornada: la habitual en excavaciones, de sol a sol de lunes a domingo. Y con gusto. 

Allí, en Lo Hueco cada uno tuvo su historia y yo no las conozco todas. Pero sé que todos nosotros encontramos algo y sé que cada día luchamos para no perderlo. The thrill is gone canta el blues, pero nosotros lo negamos. Yo lo niego. Y como veteranos de una guerra olvidada por todos los demás, cuando nos reunimos y tomamos alguna cerveza extra (nunca hay una de más) hacemos de bardos y glosamos los momentos que pasamos juntos y nos ponemos un poco tristes. Y nos vamos cada uno por su lado y andamos por ahí, un poco perdidos a veces, como lo estaban precisamente aquellos fósiles. Y nos preguntamos si tendremos la misma enorme suerte de que alguien nos rescate. De que, como decía Benedetti, alguien, por fin, nos necesite.

A todos los que hicieron posible Lo Hueco. 
A Ana por encarnar lo mejor de Lo Hueco y porque quiero volver a oír su risa (sí, yo).

Mauro García-Oliva González 
29 de Septiembre de 2012

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En la imagen, primeros momentos en la excavación de Lo Hueco en el verano de 2007. Delante, el primer grupo de trabajo que se estableció en Fuentes. Detrás, los niveles rojos y grises del yacimiento.

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