4.3.14

La fiesta de la matanza (del dinosaurio)


Aún a riesgo de cabrear a la gente de la Plataforma Cívica Contra el Uso Banal del Término Dinosaurio (PCCUBTD), debo reafirmarme en mis sentimientos: hoy me considero un dinosaurio. Y aporto pruebas que corroboran lo que digo: tengo teléfono fijo en casa (y recuerdo perfectamente aquellos en los que, para marcar, era necesario girar una rueda), no tengo WhatsApp en mi móvil (aunque le pese a Mark Zuckerberg) y me encantaba una serie de televisión que ponían en los noventa: “Doctor en Alaska”.

En uno de sus capítulos aparecía, en las cercanías de Cicely, un mamut en perfecto estado de conservación que el deshielo había dejado al descubierto. Ante la relevancia de aquel hallazgo, el cosmopolita y neurótico doctor Fleischman no dudaba en la necesidad de llamar a paleontólogos y naturalistas de las más prestigiosas universidades porque, como era evidente para él, había que dar a conocer al mundo entero el elefante gigantón. Sin embargo, los lugareños, en un alarde de sentido común muy reflexivo, decidían que allí había carne para una buena temporada y que, por lo tanto, lo mejor era repartirlo entre todos y comérselo. Y así terminaban haciendo, ante la sorpresa e incomprensión del médico.

A la vista de las noticias que últimamente circulan por periódicos y radios nacionales, donde se nos recuerda la importancia del yacimiento paleontológico de Lo Hueco, su trascendencia científica real y la posible influencia que hubiera tenido en el desarrollo económico y social de una provincia deprimida y asfixiada por la crisis, como es Cuenca, me pregunto ¿qué hubieran sido noventa o cien millones de euros en medio de la vorágine? Porque creo recordar que esas eran las cifras que se manejaron cuando se dio a conocer aquel fastuoso proyecto que incluía un museo, un centro de investigación y un parque temático. Seamos realistas: esa cantidad de dinero ni siquiera hubiera sido recogida y denunciada por la famosa lista Falciani de políticos y empresarios que han defraudado al fisco en este país de castañuelas y panderetas. Y no quiero decir con esto que se podía haber contactado con la mafia o con millonarios que construyen casinos. No. Lo único que afirmo es que, si en aquel momento o en otros posteriores, alguien hubiera tenido la vista y el arrojo que tienen esos jóvenes de Facebook o WhatsApp, a lo mejor ahora el planeta entero era capaz de situar en el mapa mundial a Cuenca.

A la vuelta de siete años resulta que todos aquellos proyectos, todas las ilusiones de muchas personas que comprendimos la dimensión del hallazgo en términos que superaban los estrictamente científicos y todos los restos fósiles que salieron a la luz, están almacenando polvo en las estanterías de una nave industrial, a la espera de ser ¿analizados y estudiados? A mi mente acuden las obras de la Sagrada Familia, el Monasterio de El Escorial y la relación inversamente proporcional que se establece entre ese polvo de las estanterías citadas y el desarrollo intelectual de un país y las manadas de políticos que lo dirigen.

Por eso, y me van a perdonar por mi visión racional y gastronómica de las cosas, más valdría que, de haber aparecido los huesos de “Lo Hueco” con carne, nos los hubiéramos repartido entre los vecinos de Fuentes. Habríamos disfrutado de alimentos gratis una buena temporada, habríamos podido presumir de llevar en nuestro interior los genes de muchos dinosaurios y, quien sabe, hasta podríamos haber promocionado Cuenca con “la fiesta de la matanza del dinosaurio”. Porque, ¿se imaginan la cantidad de chorizos, morcillas y jamones de pata larga, pero que muy larga, que habrían salido de “Lo Hueco”? A mí, pequeña dinosauria, se me hace la boca agua.


Dinosaurios de andar por casa
Sonia Martínez Bueno

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