Sin darnos cuenta se nos fue el mes de julio, nos vamos haciendo con agosto y, poco a poco, con el verano.
A los conquenses, además, se nos fueron los dinosaurios. Pero, dada la época en la que estamos, no es de extrañar. El que más y el que menos, con presupuestos altos y bajos, trata de aprovechar el periodo estival para relajarse, olvidar los problemas del trabajo (¿qué es eso?) y conocer otros mundos.
Los dinosaurios conquenses no iban a ser menos. Una representación de ellos cambió el calor de Cuenca por el de Ciudad Real (aunque dudo que esa alteración espacial les haya gustado mucho) y otros, los más avispados, optaron por viajar a Japón. Estos sí fueron inteligentes porque, aunque el largo viaje en avión pusiera los pelos de punta a más de uno, el despliegue técnico al que han asistido seguro que ha merecido la pena. A lo bueno todo el mundo se acostumbra rápido.
Sin embargo, la pregunta que flota en el ambiente y que me bulle en la cabeza es ¿qué pasará a la vuelta? Después de un año disfrutando de mimos, alta tecnología y visitas top-ten, ¿volverán a su tierra para criar polvo en estanterías?
Cabe otra posibilidad: que pidan asilo político en aquel país. Motivos no les van a faltar porque ellos, que ya pasaron por un cataclismo que los avocó a la extinción, conocen mejor que nadie los síntomas previos al desastre: hambruna, revueltas sociales, emigración…
La vitrina, limpia y reluciente, ya la tienen. La publicidad, también (aunque, desde mi modesto punto de vista, sea algo cutre). Y la atención, el interés y el respeto de los japoneses, los reciben a espuertas.
En estas condiciones, la mayoría entenderíamos que optasen por asentar definitivamente sus huesos en el primer lugar donde los han tratado como auténticos reyes del mambo. Y de paso, que creen patria, para los que vayan después…
Dinosaurios de andar por casa
Sonia Martínez
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