Ayer, domingo 25 de Mayo, el diario "El Mundo" publicaba un artículo firmado por Francisco Ortega en el que explicaba la carrera dentro del mundo de la paleontología por dar con el dinosaurio más descomunal. Aquí dejamos el texto:
La fascinación por los dinosaurios está con nosotros desde antes incluso de que fuésemos conscientes de que existían. Históricamente cualquier excusa ha sido buena para inventar extraños animales imaginarios que, casi siempre, cumplen dos requisitos: ser grandes y feroces. Y así, en ese concepto, tenemos hermanados a tipos tan dispares como un europeo medieval con sus dragones, un babilonio esculpiendo a los defensores de la puerta de Ishtar o un aguerrido hombre azul del desierto atemorizando a sus niños con los jobarias.
Por lo tanto, ¿cómo no íbamos a ver el cielo abierto cuando los naturalistas del XIX nos dijeron que habían existido unos enormes reptiles millones de años atrás? Y, aún mejor, que habían dominado la Tierra y que eran grandes y feroces. Ambas condiciones necesitan algunos matices: algunos dinosaurios nunca superaron el tamaño de una gallina y muchos sólo formaron rebaños de tranquilos consumidores de vegetales. Pero no estamos para miramientos, los dinosaurios nos permiten satisfacer nuestras necesidades de monstruos. Necesitamos someterlos al enciclopédico y preciso seguimiento científico, ahí está la paleontología. Necesitamos que sigan alimentando nuestras pesadillas, ahí está el relato fantástico o el cine. [Ahora llega Godzilla a la cartelera]. Sólo tenemos que darnos un vuelta por la red para confirmar que los dinosaurios siguen teniendo enorme poder de atracción, y no es necesario desempolvar a Jung y recurrir a la psicología profunda para encontrar dos razones primarias para la fascinación: eran grandes y feroces.
Los 7 patagónicos
Y en esto estábamos cuando la paleontología de dinosaurios nos lanza una noticia magnífica. Un grupo de paleontólogos argentinos ha hallado en el Cretácico Superior de Patagonia un yacimiento con restos de hasta siete de los dinosaurios más grandes que hayan pisado este planeta. La imagen es espectacular, los fósiles se exhiben en la superficie del yacimiento ofreciendo una barra libre de información tanto sobre las faunas del Cretácico de Patagonia, como sobre la evolución del grupo de dinosaurios al que pertenecen o la biología de los animales más grandes que han habitado la tierra.
Pero no debería extrañarnos que la fascinación por los dinosaurios conviva con otro de los rasgos que caracteriza a los humanos: la competitividad. Con estos elementos, el coctel está servido y, ante tamaño espectáculo de huesos en un descampado en Patagonia, se nos cuela otra vez el titular (no necesariamente provocado por los propios investigadores): ¡Encontramos el dinosaurio más grande del mundo!
El caldo de cultivo en el que se mueven los paleontólogos de dinosaurios es particular. Tipos que pueden hacer el más preciso de los trabajos de investigación para desentrañar una mínima fracción de la historia de la vida o que son capaces de manejar con soltura los más complejos conceptos de la evolución, de repente, ante el espectáculo de una excavación (que probablemente han consumido años de preparación previa y semanas de durísimo trabajo físico) no resisten la tentación de parar, tumbarse al lado del hueso más grande y, con una sonrisa pánfila, pasar a su imaginario personal haciéndose una foto con el gigante recién cazado (dragón, jobaria o cualquier otro monstruo). Y no puedo culparles... yo tampoco puedo evitarlo. Pero, volviendo al tema. Ser un gigante, y más aún ser el mayor de los gigantes, marca un hito. Nos permite precisar uno de los límites de la viabilidad de los vertebrados terrestres.
En los récords olímpicos una décima de segundo separa la gloria del ostracismo. Pero, ¿tan importante es una décima de segundo si lo que pretendes es analizar la biomecánica de la carrera? Probablemente no. De la misma forma, en lo que se refiere al avance de la ciencia, es probablemente irrelevante que el nuevo animal de Patagonia sea más o menos grande que su primo hermano Argentinosaurus (uno de sus directos competidores por el récord), o que lo sea el saurópodo que los colegas franceses recuperaron en Angeac-Charente [comparen las fotos de la derecha]. Lo siento.
Tampoco me resulta especialmente atractivo si Futalognkosaurus y Puertasaurus (también de Patagonia), Giraffatitan o Supersaurus (sí, existe un Supersaurus) están en esa carrera. Para empezar, no se conocen esqueletos completos de casi ninguno, por lo que es tremendamente complejo compararlos. Podemos establecer un tamaño estimado a partir de los restos conservados, pero los márgenes de error son demasiado grandes como para proclamar un campeón.
Lo único cierto es que todos son gigantes y que tener buena información sobre ellos es la única forma de entender cómo llegaron a las puertas del límite. En este sentido, los dinosaurios de Chubut son una magnífica noticia. Bienvenida sea la discusión sobre quién tiene el fémur más grande que ha conseguido que todos pongamos nuestros ojos en este asunto. Yo, por mi parte, continuaré expectante hasta la publicación de los resultados. Seguro que van mucho más allá que haber movido un par de centímetros el récord mundial de altura de saurópodo.
Referencia:
- "Dinosaurios: quién lo tiene más grande..." (El Mundo, 25/05/2014).
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