Cuando Pequeño asomó su cabeza fuera del escondite descubrió que ya era de día. En lo alto, allá en el cielo, el sol parecía más grande que nunca. Hacía calor, un calor muy agradable.
- Quizás todo fue una pesadilla- pensó. Pero lo que vio al mirar al barranco le dejó sin habla. Su abuelo le había contado que, siendo muy joven, había habido una guerra. Pequeño nunca lo entendió del todo: ¿Qué era una guerra? ¿Qué sentido tenía matarse los unos a los otros? Claro que, si su abuelo lo decía, sería verdad. Él era bueno y jamás le contaba mentiras, como solían hacer otros mayores.
Abajo, en el valle verde, una gran ola de locura había pintado de rojo la hierba, los árboles, la tierra… Y Pequeño lloró. Sus lágrimas resbalaron hasta romperse en mil pedazos al tocar el suelo. Igual que su pequeño mundo de cristal.
Empezó a caminar y recordó el momento en que su madre le había empujado hacia el agujero, justo a tiempo de ver a su padre pelear con el cabecilla de los vecinos que vivían al otro lado del pantano.
¿Por qué había pasado? ¿Acaso no habían compartido el territorio durante mucho tiempo? ¿Qué había llevado a los jefes a enfrentarse en aquella estúpida lucha?
Pequeño no comprendía nada. Él sabía de juegos y travesuras, de excursiones prohibidas al Gran Lago, el remanso de agua donde acudían a divertirse cuando conseguían esquivar las atentas miradas de sus madres. ¿Y ahora?
Estaba solo. Y tenía miedo. Miedo y rabia, mucha rabia. ¡Los mayores! Incapaces de convivir en paz, en armonía. Incapaces de respetarse, de entenderse y de ayudarse mutuamente. Sus compañeros y él nunca fueron así. Claro que a veces se peleaban, pero siempre terminaban haciendo las paces y riendo.
Un ruido lo sobresaltó. ¿Qué podía ser? ¿Alguien herido? Una cabecita asustada surgió de entre la maleza. ¡Era uno de sus amigos, un vecino de la otra orilla! Los ojos de los pequeños se encontraron y, durante unos instantes eternos, una mezcla de sorpresa… luego odio… y luego la gratitud los invadió. ¡Ya eran dos! Ahora se tenían el uno al otro y un pedazo de futuro.
Sólo una vez miraron atrás y por la mente de ambos cruzaron las mismas preguntas: ¿Volvería a ser aquel un valle verde y feliz? ¿Descubriría alguien que allí estuvo su hogar y que la ceguera de los mayores lo destruyó? Ellos no iban a cometer esos errores. Porque no iban a crecer…
………………..
El trasiego de las máquinas era constante. Las obras avanzaban a buen ritmo y, según los responsables, dentro del tiempo y el presupuesto estipulados. Hasta que sucedió. Primero pensaron que era una piedra extraña, otra más de las muchas que surgen en las excavaciones. Luego se confirmaron las peores sospechas: ¡era un hueso! Y después otro y otro… ¡y muchos, muchísimos más! Un arqueólogo. Luego otro…. y después muchos, muchísimos paleontólogos, geólogos, biólogos… y políticos también. Un periodista, luego otro… y algunos más.
¡Un yacimiento excepcional, del Cretácico Superior! ¿Hubo un gran río o un lago? Quizás el Gran Lago…donde dos pequeños dinosaurios de diferentes manadas compartieron juegos y diversión hasta que la estupidez de los mayores puso fin a sus ilusiones.
Y eso, señores científicos (y políticos), es una triste realidad que no ha cambiado en 75 millones de años. Esperemos que, en medio de esta vorágine, los cables que amueblan las cabezas de muchos seres poderosos no vuelvan jamás a cruzarse.
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Dinosaurios de andar por casa
Sonia Martínez Bueno
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