Todo se acaba, antes o después. Hace unos días lo hizo el único diario en edición papel que teníamos en Cuenca y debo confesar que me resultó duro contemplar el cierre de algo con lo que crecí. Aún recuerdo que, en mis tiempos de BUP y con motivo de la puesta en marcha de una gaceta artesanal en mi instituto, le hice una entrevista al que entonces ostentaba el cargo de director. Desde el pasado domingo ya no hay director, ni rotativa, ni periodistas. Sólo queda un hueco en el expositor de mi biblioteca, un triste vacío que antes llenaba nuestro modesto periódico local.
Quizás era poca cosa si uno está acostumbrado a la lectura de la prensa nacional, a sus grandes titulares y a noticias que supuestamente afectan a la vida de todos los españoles. Para los conquenses fue suficiente porque nos hacía partícipes de una realidad cercana, cotidiana, muy nuestra. Se hizo eco del descubrimiento del yacimiento de “Lo Hueco”, de sus progresos, de las ilustres visitas que recibió… Lo peor es que con él se cierra una puerta al derecho a la información. Una más en mitad de este sombrío y lúgubre panorama. A mí, como a otros muchos lectores, me dolió.
Supongo que algo parecido, aunque no fueran conscientes de ello, debieron experimentar los pobladores de este planeta que sobrevivieron a los dinosaurios. No sé que sentirían ellos cuando contemplaran como, poco a poco, esos gigantes morían, uno tras otro, sin remisión. También es verdad que de aquella “crisis” nadie tuvo la culpa. De esta, sin embargo, no podemos decir lo mismo. Aquí sus artífices tienen nombres y apellidos y cuentas bancarias que no paran de crecer a costa del sufrimiento y desesperación de muchos “pobres” ciudadanos.
Desconozco si los dinosaurios tenían hábitos sociales, no sé si existían machos alfa o “cabecillas” y dudo que en su cerebro anidara el más mínimo atisbo de inteligencia, imaginación o espiritualidad. Carece de importancia y los aceptamos así. Con la fumata blanca que salía de la Capilla Sixtina supimos que había nuevo Papa, nuevo guía religioso. He leído que, probablemente, el Cosmo Caixa de Alcobendas cierre sus puertas y nadie sabe qué pasará con el Tyrannosaurus rex que hay allí. Quizás también desaparezca, como les sucedió a sus congéneres hace 65 millones de años y al Día de Cuenca hace una semana. Quizás. Pero, quien sabe, a lo mejor podrían regalárselo al Sumo Pontífice para que le encontrara acomodo en el Vaticano, entre las joyas de Miguel Ángel o Leonardo.
De ese modo, los cientos de turistas que cada año caminan por la plaza de San Pedro rumbo a la Basílica podrían exclamar: ¡Habemus Dino!
Dinosaurios de andar por casa
Sonia Martínez
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