Una noticia publicada en Nuevo Mundo y muy bien ilustrada, el 30 de abril de 1920, nos permite conocer de primera mano la actividad realizada por los paleontólogos “Barnum Brocon” con los dinosaurios del American Museum of Natural History o por “Carlos Walcott”, con los artrópodos de la Columbia Británica, como si esta se estuviera realizando en nuestros días.
Transcripción (textual):
En España no buscan fósiles más que los meritísimos alumnos de la Escuela de Minas. No sólo no es un oficio reproductivo, sino que á alguno de ellos, al joven Solana, le costó la vida querer arrancar los crustáceos petrificados en el Cabo Peñas, de Gijón. Es un oficio reproductivo en los Estados Unidos, porque hay en el subsuelo grandes yacimientos de los más estupendos y estrafalarios animaluchos que pudo concebir la imaginación de un loco, y porque hay en las ciudades multimillonarios que pagan bien las piezas únicas. Se coleccionan esqueletos de monstruos, como se coleccionan porcelanas, monedas ó sellos de Correo. Así pagó Andrés Carnegie cerca de un millón por el monstruo antediluviano, del que regaló una reproducción al Museo de Historia Natural de Madrid. Con este estímulo, la Paleontología ha encontrado numerosos auxiliares, que se han dedicado á buscar yacimientos de fósiles, como se buscan las minas de oro, guiándose por algunas nociones científicas y experimentales; pero, sobre todo, dejándose llevar de la mano de la casualidad. Hace una quincena de años, por ejemplo, un explorador que atravesaba el Wyoming, región de las altas mesetas que forman parte del sistema de las Montañas Rocosas, en las que hay verdaderos desierto, llegó á un campamento de buscadores de oro, y, refugiado allí, advirtió que la cocina de la choza que los cobijaba estaba construida con piedras enormes de una extraña forma.
Examinando atentamente aquellos materiales, cayó en la cuenta de que los tales pedruscos eran colosales vértebras de sabe Dios qué animal gigantesco. Supo que la cabaña había sido construida por un viejo pastor de aquellos alrededores; logró encontrarlo, y le hizo conducirle al lugar de donde había sacado aquellas piedras. Allí se descubrieron las famosas canteras de fósiles de Wyoming, de donde los paleontólogos americanos han sacado esqueletos de innumerables animales pertenecientes á centenares de especies desaparecidas. En aquella región fue donde se descubrió al antepasado del caballo, un mamífero apenas mayor que un perro, y cuyos pies, en lugar de casco, tenían cuatro dedos.
Alienta, dirige y aconseja á la legión de buscadores de yacimientos un sapientísimo paleontólogo, mister Barnum Brocon, director del departamento de Paleontología del American Museum of Natural History, de Nueva York. Bajo su dirección, y pudiéramos decir que por su inspiración, se descubrió en la provincia de Alberta, en el Canadá, el yacimiento del Canyon del Gamo Rojo, el más rico en esqueletos antediluvianos que existe en el Nuevo Mundo. Precisamente en estos días se expone en el Museo Americano uno de los más felices descubrimientos de Brocon: el esqueleto completo del Tiranosaurus rex, el más grande de los dinosaurios reconstruidos hasta el día. Adviértase que el esqueleto no ha sido encontrado tal como se expone al asombro de las gentes, como no ha sido encontrado ninguno de los que se exhiben en los museos. Incrustados en enormes bloques de piedras, confundidos con montones de tierra, desunidos y desperdigados en grandes extensiones, á veces, no basta con encontrar al animal fósil, sino que para exhibirlo ente los indoctos, hay que hacerle la toillette: hay que reconstituirlo.
No es ésta una labor baladí, sino de verdaderos sabios y, á la vez, de hábiles artífices. El yanqui Mr. Brocon ha llegado en esto á grados de perfección que maravillan; en el Museo Americano ha logrado montar admirables talleres, y ha educado obreros que realizan una verdadera obra de resurrección en los pedruscos que les envían desde los yacimientos. Así, Brocon encontró al tiranosaurio rey en el Estado de Montana, en Hell Creek; las vértebras de su lomo se marcaban en la superficie de una planicie de piedra. Fue precisa una lenta y prudentísima labor de excavación.
A medida que la piqueta dejaba al descubierto una pieza entera, se embalaba cuidadosamente y se conducía á Nueva York. Para alguna de estas piedras hubo que hacer un vagón especial.
Luego, en los talleres del Museo, hábiles manejadores del cincel esculpían -no debe emplearse otro verbo-, como si fuesen geniales escultores, los huesos del monstruo, hasta separar de ellos la piedra u la tierra que los envolvía. Así, con una absoluta fidelidad, los paleontólogos del Museo han hecho resurgir el espantable monstruo del sueño de centenares de siglos en que dormía.
Otro sabio yanqui, Carlos Walcott, ha dedicado su vida á buscar y reconstruir los trilobites: unos crustáceos fósiles, de los que sólo se encuentran ejemplares en terrenos primarios. En la Columbia británica ha encontrado un yacimiento donde están apareciendo especies que se desconocían, y que si no tienen la talla imponente de los mamuts y los dinosaurios, son mucho más interesantes desde el punto de vista paleontológico, porque descubren la biología marina de las edades pasadas.
He aquí, pues, cómo es de productivo el oficio de buscadores de fósiles; porque hay en los estados Unidos y en el Canadá yacimientos de ellos en abundancia que no se conoce en Europa, y, sobre todo, porque los yanquis tiene dinero abundante para gastárselo en estas cosas. Sépase sólo que el Museo de Historia Natural de Nueva York gasta cada año casi tanto como España en todas sus Universidades, Institutos, Escuelas especiales, Museos y Bibliotecas. Así se pueden encontrar fósiles, y hasta retroceder hasta le diluvio universal para encontrarlos.
Martín Avila.
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Pie de figuras:
- Esqueleto de Tiranosaurio, encontrado en unas excavaciones en América
- Extracción de los fósiles del lugar del hallazgo
- Embalaje de los bloques de yeso en que se transporta el fósil
- Trilobite fósil con sus apéndices
- Limpiando el cráneo de un tiranosaurio