La edad te aporta muchas cosas. La mayoría buenas. A mí me ha ayudado a no avergonzarme por mis emociones, a mostrarlas cuándo y dónde me apetece y a no dar explicaciones por experimentarlas. Queda a disposición de quien lo desee presumir de flema británica. Por eso, desde estas líneas, quiero decirle a Mauro que sus palabras calaron… y emocionaron. Y, como no, hicieron recordar.
No dudo que para todos los paleontólogos, y demás profesionales que intervinieron en la excavación de Lo Hueco, la experiencia supusiera un antes y un después en sus carreras profesionales y, por supuesto, en sus vidas. Yo, desde aquí, trataré de relatar lo que el yacimiento significó para mí y los habitantes de un pueblo pequeño, tranquilo, como la mayoría de esos que nuestras carreteras nacionales atraviesan sin preguntar y sin pedir permiso. Casi sin interés. Esos que apenas suponen un punto en el mapa.
Para nosotros todo comenzó en Junio. Unos días antes, en mayo, habíamos ido a las urnas para elegir a la nueva corporación municipal. No puedo olvidar ese dato. Tampoco quiero. Luego, toma de posesión de concejales y alcaldesa. Y Jornadas de la Lana, una fiesta nuestra, pagana, cargada de tradición. Los nervios de los preparativos me impidieron ver aquellas caras nuevas recién llegadas. Eran unas cuantas más entre los trabajadores del AVE que, como en avalancha, habían caído sobre Fuentes. Ni siquiera puedo fijar en mi mente el momento exacto en que se produjo el primer contacto formal. Supongo que fue en el ayuntamiento. Sí recuerdo el informal, pero lo guardo para mí.
En mi pueblo, como en casi todos, las noticias no necesitan medios gráficos o audiovisuales para difundirse. Basta con ir a la consulta del médico o a la terraza del bar para estar al corriente de los últimos acontecimientos. Y la información no se contrasta. Pero, eso sí, se retransmite sin pérdida de tiempo, casi a la misma velocidad que en la red. Así que, en cuestión de días, todos supimos que había aparecido un yacimiento de dinosaurios. Los más reacios optaron por la versión “huesos de burro”. Pero, en cualquier caso, fuimos conscientes de que aquello era importante. Porque era nuestro. Porque lo teníamos allí, en el corazón de nuestra tierra y, en cierto modo, nos pertenecía.
No sé si todos son así, si es algo que conlleva la profesión o si fue una cuestión de azar y de suerte. Pero creo que el equipo que llegó a Fuentes era el mejor que podíamos haber tenido. Y no me refiero sólo a su profesionalidad (sobradamente demostrada) sino a su calidad humana, a su cercanía y a su sencillez. Fue tan fácil comunicarse con ellos desde el primer instante, que casi no reparé en la transformación espontánea de esa relación en amistad. No quiero nombrarlos uno por uno porque, con mi nefasta memoria, sé que me dejaría en el tintero a unos cuantos. Y todos, absolutamente todos los que allí se llenaron de polvo, sudor y… (¿lágrimas?) son únicos. (Si alguien considera que esto es adulación es que no me conoce).
Su contacto con los vecinos fue aumentando en la misma proporción que lo hacían los restos fósiles: primero unos pocos, luego algunos más y, al final, un montón. Juntos fuimos capaces de organizar una visita guiada que casi provoca el ingreso hospitalario del funcionario de turno, pero que marcó un punto de inflexión en la percepción del yacimiento. Desde aquel día soleado (con previsiones de lluvia) en el que casi trescientas personas pudieron contemplar “in situ” las excavaciones, Lo Hueco adquirió en la mente de los fuenteños otra dimensión: pasó a ser real, único e importante. El más importante de Europa. Para nosotros, el más importante del mundo. Y comprendimos que los restos fósiles que iban apareciendo eran mucho más que huesos de dinosaurios: eran una oportunidad única para cambiar el futuro del pueblo, de la provincia y, quien sabe, si de nuestros hijos.
Entonces llegó el turno de las reuniones y de las defensas enconadas del yacimiento. Y sé que ahí Mauro estuvo más cerca de mis posiciones (exacerbadas, viscerales y quizás poco reflexivas) que de las de Patxi, siempre políticamente correctas (¿me costará esto una bronca? Espero que no…)
Luego llegó la noticia, a bombo y platillo (¡íbamos a tener un museo y un parque temático!). Y alguna que otra foto que guardo con un cariño especial. Y la televisión, con sus cinco minutos de gloria. Y, lo peor, el final de las excavaciones. Fue duro. Para todos. Cada cual tuvo que pronunciar su adiós particular. El mío significó, además, enfrentarme a una realidad que había logrado posponer gracias al frenesí y la euforia de los acontecimientos. Pero aquel diciembre todo terminó. Y durante un tiempo no fue lo mismo tomarse un café en la barra del bar. Porque ellos ya no estaban. Y el vacío se notó. Mucho. Aún hoy, de vez en cuando, lo recuerdo con Mª Ángeles (nuestra Marian).
El tiempo, que según dicen todo lo borra (o lo entierra), no ha roto el vínculo que se estableció con aquellos personajes que, pertrechados con botas, sombreros y picos, pasaron a formar parte de un pueblo que sólo había oído hablar de “esas cosas” en las películas de ficción.
Muchas personas me han preguntado qué supone estar al frente de una alcaldía. A día de hoy todavía no tengo una respuesta completa que resuma y sintetice esos cuatro años. Sin embargo sí tengo clara una cosa: de todas las experiencias acumuladas (buenas y malas) la mejor, con diferencia, fue vivir en primera persona aquellos momentos y conocer a todos los que formaron parte de ellos. No participé en la excavación, ni pasé frío aquellas gélidas mañanas de noviembre, ni me destrocé las manos arrancándole a la tierra hasta el último hueso que escondía en sus entrañas. Sin embargo, sí me dejé la piel (desde el puesto que ocupaba) defendiendo lo que creía que era correcto, justo y lógico. Supongo que pequé de ingenua y por eso, cuando cada mañana mis ojos contemplan el talud del yacimiento, no puedo evitar que me hierva la sangre…
Gracias, Mauro. Mil gracias. Un millón. O mejor, entre 70 y 80 millones de gracias. Por tus palabras, esas que a mi también me han hecho mirar con nostalgia al pasado; por tus sentimientos que, a mi manera, comparto plenamente. Siempre supe que eras uno de los míos. ¿Sabes una cosa? Pues que cinco años… no es nada. Y yo, veterana también desde la posición que me tocó ocupar en aquella guerra, tampoco olvido. Gracias a todos los que allí estuvisteis. Os deseo, de corazón, que se os necesite pronto. De momento, si te sirve de consuelo Mauro, en Fuentes no os olvidamos.
Dinosaurios de andar por casa
Sonia Martínez Bueno