13.6.13

La sub…vergüenza


Supongo que a más de uno nos sorprendió saber (además de irritar y cabrear) que los señores diputados del Congreso tenían subvencionados los gin-tonics que, entre sesión y sesión, dispensaban a sus exquisitos paladares. Y supongo también que los que leímos en este blog (o nos enteramos por otros medios) del robo de esos restos fósiles en Coll de Nargó nos indignamos y enfadamos y llegamos a una conclusión muy parecida: no hay dinero, pero el que hay se dedica a lo que unos cuantos deciden qué es prioritario.

La cuestión es interesante porque tras esas decisiones trascendentales (que a veces se toman de forma absolutamente arbitraria) se esconde el futuro de un país. O, dicho de otro modo: del destino de los fondos monetarios públicos depende el destino de sus ciudadanos. Y si alguien no comparte esta opinión, por favor, que se formule la siguiente pregunta: ¿qué motivo puede incitar a alguien a cometer esa tropelía contra el patrimonio o alguna otra semejante? Supongo que las contestaciones son muchas pero, básicamente, se reducen a dos: dinero (la razón más poderosa de cuantas existen) y barbarie (la razón más triste de todas).

Barbarie… Cuando era pequeña y algún compañero del colegio apedreaba perros en las calles de mi pueblo nunca lo entendí. Con los años, sigo sin entender como se pueden apedrear las instituciones que todos creíamos sagradas: hospitales (sanidad), colegios (educación), museos, bibliotecas, etc. (cultura).

Hace unos días leí un artículo en un periódico nacional donde se decía que “las bibliotecas no pierden comba social” y que muchas se están convirtiendo en el último reducto para todos aquellos que necesitan un lugar gratuito en el que formarse e informarse. En Finlandia, a la cabeza de la educación europea según el famoso informe PISA, el 80% de las familias acude a una biblioteca los fines de semana…

¿Qué relación hay entre dinosaurios y bibliotecas? Mucha. Más bien toda: quizás si a nuestros responsables políticos se les ocurriera cambiar el gin-tonic por libros, sería posible mantener abiertas todas las bibliotecas públicas, fomentar la lectura y, de esta manera, acabar con el polvo de sus estanterías que, al fin y al cabo, no es sino una muestra evidente y directamente proporcional del nivel de barbarie de un país.

Y así, con más cultura, más educación y un poco más de dinero destinado a programas de investigación, un grupo de paleontólogos podría estudiar unos fósiles en busca de información, de conocimiento y, porque no, de ilusión. Al fin y al cabo, igual que todos los usuarios que acuden, cada día y cada vez más, a nuestras bibliotecas.

Dinosaurios de andar por casa
Sonia Martínez

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